jueves, 31 de diciembre de 2009

Se te cae la cáscara justo antes de que los dados comiencen a contar al revés

Se te cae la cáscara justo antes de que los dados comiencen a contar al revés.

Los bordes: la sensualidad siempre fue una resonancia ganada, un mirar más acá de tus manos hiperbóreas en deshielo constante. El giro a modo de enigma llevando la mirada (las voces, la llanura, los ombligos, el mundo) a nuevos marcos enredados de elegías (las dulces, las de estatuas de mármol con cintas de fuego), bajo la calma atenuante de los pasos (el preludio desarmado en la génesis de la hondanada) sobre la arena muerta entre las noches de invierno (tu caída arcaica entre los mares).
Reverberancia: el efecto transgredido por la pluralidad de roces, el exceso realzado en los espejos (las otras caras, los versos renovados) nuevamente infinitos, desmedidos (el error de los cimientos redondeando los ángulos). La suavidad tejió condenas antes de acercarse al ciclo de la luna. La madeja enrollada en la latitud de tus poros, el último sello después del mediodía. El placer irremediable ante el claroscuro. La caricia constante del abismo.
Todas tus vidas.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Resonancia del Niño

Y así, de golpe, aparece el "Niño del fin del mundo", composición de la murga uruguaya Agarrate Catalina:




No dejo la letra porque uno se apura demasiado leyendo y termina antes que la música, y así, viejo, no vale.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Niño: Las baladas son de los tenores

Niño: las baladas son de los tenores

Las tormentas pasan lejos desfigurando la cantidad de horas de vida – horas de vuelo. Se hacen pintadas en anacrusa sobre el mármol tibio: son manos que escribien silencios precisos, bajo la manta suave que ilumina o decora. Esa puta red insistente que por ser permeable perdió toda capacidad de cielo; esa finura extrema que sin saber de cielos perdió toda capacidad de olvido. Las huellas (como la ausencia) no saben de planes ni rumbos, quizá acaso de-siertos destinos, a lo sumo de giros y sentencias (de esos giros y de esas sentencias). Devienen prisma y creación refractaria, selectiva y desbordante. Niño, las veces son menos que las vividas, y el andar estacionario no soporta el flujo de lo intenso. Dejar que el pasado se quiebre es ganarle a la historia, no dar lugar ni siquiera a las coordenadas pactadas, a los sueños de sangre o las palabras de gloria. Es ser corte de encuentro y explosión, en el detrimento con justa causa del haberlo habitado. Niño, levántate y habla: sólo las baladas son de los tenores.

jueves, 8 de octubre de 2009

Todas las hojas subiéndose a la cama

Todas las hojas subiéndose a la cama, lentas. En intervalos estáticos que anulan la continuidad. Son, si se quiere, pequeños saltos. Ni siquiera momentos. Descuidos del funcionamiento óptico (cada vez que los nudos se hicieron ocaso, cada vez más opaco), perpetuado por sucesiones de filtros atenuantes, momentos singulares de órdenes distintos. La insistencia de un otoño trepador, de varias muertes y la inavasión del sonido (los días apretados crujen, los silencios son partículas sin sentido), los colores secos se hacen manto, las vidas pasadas, la historia del por-venir. Porque al romperse la nervadura tenemos polvo; y lejos de ensuciar los espacios perdidos y las propiedades privadas, se crean (creamos, creemos, crearon) capas muy finas, planos irregulares, bordes tenues. La rigidez y la distancia pautada para mañana ser lluvia, concreción de las plegarias y los ritos que reclaman la llegada del verde, del calor y los frutos, de las brisas y las sombras.

martes, 14 de julio de 2009

Sobre la necesidad de los lazos y el ponerle nombres a las cosas I

Es tan de noche que el río ya no duda en susurrarnos. Desde el colchón se sienten las ondulaciones que insisten tranquilas en envolvernos. Las patas de la cama resbalan entre verdes y grises. La escalera del patio resignó siete de los trece escalones (suspira helada convirtiéndose en espejo), gana la luna, las reverberaciones, los brillos cegadores quebrándose en la cresta de una ola demasiado pequeña para merecer el rótulo de silábica. Pero nunca te gustaron los ruidos ni el ponerle nombres a las cosas, y la necesidad de los lazos siempre fue más corta que una décima de segundo. De ahí el quiebre con la persistencia acústica y la llegada de los ecos (y también, por qué no, las reverberaciones). Dijiste que esas no eran olas y tenías razón, las diferencias con los mares conocidos eran muchas y además obvias; pero pese a al refugio armado con botellas prestadas y vasos agrietados (fueron los que menos resistieron) no pudimos evitar que nos inunden las palabras. Soy yo quien se la pasa jugando con los nombres, hasta que no queda nada de donde agarrarse. Te nombré, nos nombré pero no nos nombramos. Y así te hiciste parte con el río de destellos tímidos y oscuridad plena. Así los escalones volvieron a quedar libres y yo, náufrago desnudo, amaneciéndote de espaldas.

Incendiario

Tu boca no sabe
de huracanes
ni de pausas,
de microcosmos
con estratagemas o
conquistas
postergadas,
aletargadas,
sinópticas,
lábiles o
indiferentes.

Tus labios imprimen
los pasos
sólo para poder hablar
de huellas,
de espacios
y ausencias,
de dicotomías infantiles,
del por qué
del metatarso,
de la falsabilidad del destino.

Otro patíbulo inmanente-nacarado
demonofáctico imbuído de desorden
sortílego, peltre entramado imbestido
y arbóreo,
coral,
epíteto o
translúcido.




PD: Y que la puma del tigre se haga cargo.

viernes, 19 de junio de 2009

La postura

Porque la intención es otra y los caminos son todos. Insistir, insistir subiendo, creando, definiendo, estirar los brazos desde lejos (que ahí están, cerca, creciendo en espirales aunque a veces no llegan, carajo) a modo de marco, de recorte, de aislamiento, deviniendo silencio o música suave y hacer de tus manos un mar oscuro hasta perderse, llenarse la vida de brisa tenue, de marea de otoño. Las risas escapan a su posición celeste, las nubes de hojarasca se hacen piel. Vos, tu soltura y el desvelo; la ciudad un mismo insomnio, las preocupaciones arrastradas hacia bahías productivas, los desaciertos cotidianos y el mutismo del mundo. Vos, el sol y la palabra. Y la forma descarada de romper con las creencias, con las horas señaladas, con los paraísos perdidos, los vuelos atrapados, los días de nubes, los versos sin sentido y los ojos delineados.

sábado, 30 de mayo de 2009

Nosotros

-¿No era que éramos anarquistas?
Y el humo envolvía cada vez más la noche. Y todas las voces se fundían en una génesis cada vez más abstracta sobre una explicación posible para el mundo. Las copas se quiebran. Las generaciones se cruzan una y otra vez. Insisten, crecen, generan, cambian. Todas las tonalidades son aceptadas, dos dirígen, los otros impulsan. Choque innegable entre fuego cruzado. Dos son las voces que importan. Las dos que hacen puente cuando las miradas se esquivan. Sin embargo, sostienen el caos que desatarán luego. La pérdida gradual del único sentido se abre camino entre los pasos mal dados y alcanza la brecha inmensa que tapona el pasar del tiempo. ¿No era que éramos anarquistas? Pero el exceso necesario para combatir la presencia eterna del recuerdo, comienza a hacer síntoma en los diálogos más dulces.
-No se que fuimos, en realidad, ya no se bien qué es lo que somos.
El exceso ahí donde falta un brazo.
-Nos robaron la ilusión, ni la puta ilusión nos dejaron. Se llevaron a todos los que hacían que creas en los mundos imposibles. La ilusión, ¿Entendés? ¿Y no era que éramos anarquistas?
Los ojos se empapan. La violencia que empuja hace saltar las primeras lágrimas. Violencia obturada por la amargura, por sentir las manos cortadas, por dos hielos más en el vaso, por un último tema que la voz aplastada no nos deja decir. Alguien golpea la mesa.
- Por ahí ustedes sean los encargados de devolvérsela al mundo, ustedes que no tienen miedo. Ustedes, los que no se acuestan intentando el olvido... pero si los querés tanto, carajo. Porque fueron los mejores. Perdimos. No sé si somos anarquistas. No se, ¿Qué somos?

domingo, 10 de mayo de 2009

Morder

Insisto en que se acerque. Se hace ovillo en la infinitud de la piel. Es párpado envolvente, es toda mirada, acecho desnaturalizador, expectativa. El silencio de supresión de voces se hace estéril, casi como en acuerdo tácito que solo hace mirada. Mirada pura. Dos ojos bocas. Mirada dirigida irrefrenable, analizadora, analizante, más mirada que voz. Acercate. No pienses más y acercate, no hay más que tranquilidad y calma y todo se teje como la red más dulce y envolverse es la mejor opción de todas porque hay ojos y nada más que ojos y no son ojos boca, es silencio contenedor y tentativo, y la piel abriga. El hueco en la cama apareció recién cuando miraste y te juro que antes no estaba y eso que estás tan cansada que los ojos boca, no, los sin boca te esperan retornando, haciendo ecos enormes como faros y si los ojos son tan inocentes no te escapes que es un paso más y ya casi puedo inundarme de tus colores perfumados y tu piel brillante. El primer pie se sumerge en punta tanteando la temperatura del agua que es una fina y suave telaraña que se resquebraja a propósito para que vuelvas a creer en la fragilidad y antes de empapar el segundo pidas disculpas y extiendas tus manos para disculparte con el cuerpo y envolverlo todo.
Y ahí se materializa el lago entramado y las redes te cubren por completo. Los ojos-boca se cierran y ahora el silencio es necesario, salvo por los jadeos de la sonrisa que todavía te escurre, delicada, carmín, transparente, y te escurrís en cámara lenta para ser lago y yo, sumergido, vuelvo a insistir.

martes, 5 de mayo de 2009

Marea

Lo más obsceno que podría decirle, sería que no es necesario escuchar su voz. La marea inestable de vientos jodidos que sostienen esa mirada, pueden hacer estragos en los jardines más dulces. Son gestos intermedios entre las sutilezas de un nombre, olvidados acaso por la aparente falta de piedad del destino. Mutilados. Duplicados de manera nefasta en todos los ecos colectivos que la habitan. Sabe de caminos e historias. Son los restos de quienes murieron intentando cruzar el abismo entre párpado y párpado. Son las voces que describen con insistencia el pasaje imposible hacia un cielo robado. Y uno no hace más que delinear los bordes, hundirse y ser parte en un instante de su vida de sueños. De mares oscuros con secretos y palabras. De vidas pasadas. De azules vivos.

domingo, 26 de abril de 2009

Café

Al final se encontraron. Aunque haya sido necesario que con anterioridad se cuenten la cantidad de hojas exactas que no cayeron ese otoño, o que la marea espesa que circundaba la ciudad, deje de ser violenta o desesperada, tan metida en los oídos de la gente al punto de impedir que se recorten los jardines.
Pero lo importante es que se encontraron, porque si lo hicieron no hay forma de negar que se estuviesen buscando, o que todavía se buscaban. Teniendo siempre en cuenta, claro, que desde el comienzo estaban perdidos. Y más en cuenta aún el hecho de que por más que estén sentados en la misma mesa, sin decir nada de nada; es inútil afirmar que alguno de los dos se sienta un poco más orientado, o al menos menos inseguro.
Ella nunca necesitó ser puta para esquivarle al matrimonio. Él nunca dejó de jugar al caballero para explicarle sus fracasos, sus años de resonancias sin sentido, sus glorias acartonadas. Aún sin contarle de las horas de sueño en el sillón del living.
- Te diste cuenta? Vos seguís llena de dudas, ahí donde nunca pude dejar de dar respuestas. Siempre fuimos complementarios.
Y su afirmación, tan categórica y rebuscada, hizo mella como siempre en los hilos más sensibles y escondidos de su vida de abandonos. Y por más que se muera por gritarle todo lo que siente, se va a quedar callada. Porque las palabras le parecían hermosas solamente cuando salían de esa boca, con la misma dureza encantadora que el tiempo no supo gastar. Porque todo se llenaba de sentido, y sin sentido no hacemos nada.
Pero la equivocación era enorme: Ella se hace preguntas para no acercarse nunca a las respuestas, y él responde todo el tiempo para no cuestionarse nunca. Siempre fueron imposibles. Si hay una seguridad compartida, si existe algún punto donde se toquen, si comparten aunque sea un mínimo de acuerdo, es en que nunca van a permitir que sean imposibles las cosas imposibles. Y eso (hay que admitir) es todo lo que necesitan para no olvidarse nunca.
- Pero también es cierto que nunca vamos a poder conversar. Así como a vos te encanta escuchar como no puedo con mi vida, me fui haciendo adicta a los minutos que le dedicás a hablar con tanta pasión sobre los detalles que a nadie le importan, y te indignás y me convencés de que estamos todos mirando para el lado equivocado, y yo me pierdo y doy gracias por saber que sufro por cosas que no valen nada.
Y como todo buen caballero, admite entre risas que no puede agregar nada más a un discurso que pisotea triunfante a siglos enteros de poesía.
Pero los tiempos son cortos, y antes de que el silencio haga peligrar la omnipotencia de los dos, pagan cada uno su parte y suben a colectivos distintos. El viaje se repite como todos los días que contaron con el mismo desenlace. Y él no deja de pensar en todos los por qué que evitaron el abrazo, el beso y la no despedida. Y ella diciéndole todo el tiempo que lo único que quiere es que la acompañe hasta la cama, que desde la única que vez que se acostaron juntos, ella nunca más volvió a dormir sola.