Se te cae la cáscara justo antes de que los dados comiencen a contar al revés.
Los bordes: la sensualidad siempre fue una resonancia ganada, un mirar más acá de tus manos hiperbóreas en deshielo constante. El giro a modo de enigma llevando la mirada (las voces, la llanura, los ombligos, el mundo) a nuevos marcos enredados de elegías (las dulces, las de estatuas de mármol con cintas de fuego), bajo la calma atenuante de los pasos (el preludio desarmado en la génesis de la hondanada) sobre la arena muerta entre las noches de invierno (tu caída arcaica entre los mares).
Reverberancia: el efecto transgredido por la pluralidad de roces, el exceso realzado en los espejos (las otras caras, los versos renovados) nuevamente infinitos, desmedidos (el error de los cimientos redondeando los ángulos). La suavidad tejió condenas antes de acercarse al ciclo de la luna. La madeja enrollada en la latitud de tus poros, el último sello después del mediodía. El placer irremediable ante el claroscuro. La caricia constante del abismo.
Todas tus vidas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario