Al final se encontraron. Aunque haya sido necesario que con anterioridad se cuenten la cantidad de hojas exactas que no cayeron ese otoño, o que la marea espesa que circundaba la ciudad, deje de ser violenta o desesperada, tan metida en los oídos de la gente al punto de impedir que se recorten los jardines.
Pero lo importante es que se encontraron, porque si lo hicieron no hay forma de negar que se estuviesen buscando, o que todavía se buscaban. Teniendo siempre en cuenta, claro, que desde el comienzo estaban perdidos. Y más en cuenta aún el hecho de que por más que estén sentados en la misma mesa, sin decir nada de nada; es inútil afirmar que alguno de los dos se sienta un poco más orientado, o al menos menos inseguro.
Ella nunca necesitó ser puta para esquivarle al matrimonio. Él nunca dejó de jugar al caballero para explicarle sus fracasos, sus años de resonancias sin sentido, sus glorias acartonadas. Aún sin contarle de las horas de sueño en el sillón del living.
- Te diste cuenta? Vos seguís llena de dudas, ahí donde nunca pude dejar de dar respuestas. Siempre fuimos complementarios.
Y su afirmación, tan categórica y rebuscada, hizo mella como siempre en los hilos más sensibles y escondidos de su vida de abandonos. Y por más que se muera por gritarle todo lo que siente, se va a quedar callada. Porque las palabras le parecían hermosas solamente cuando salían de esa boca, con la misma dureza encantadora que el tiempo no supo gastar. Porque todo se llenaba de sentido, y sin sentido no hacemos nada.
Pero la equivocación era enorme: Ella se hace preguntas para no acercarse nunca a las respuestas, y él responde todo el tiempo para no cuestionarse nunca. Siempre fueron imposibles. Si hay una seguridad compartida, si existe algún punto donde se toquen, si comparten aunque sea un mínimo de acuerdo, es en que nunca van a permitir que sean imposibles las cosas imposibles. Y eso (hay que admitir) es todo lo que necesitan para no olvidarse nunca.
- Pero también es cierto que nunca vamos a poder conversar. Así como a vos te encanta escuchar como no puedo con mi vida, me fui haciendo adicta a los minutos que le dedicás a hablar con tanta pasión sobre los detalles que a nadie le importan, y te indignás y me convencés de que estamos todos mirando para el lado equivocado, y yo me pierdo y doy gracias por saber que sufro por cosas que no valen nada.
Y como todo buen caballero, admite entre risas que no puede agregar nada más a un discurso que pisotea triunfante a siglos enteros de poesía.
Pero los tiempos son cortos, y antes de que el silencio haga peligrar la omnipotencia de los dos, pagan cada uno su parte y suben a colectivos distintos. El viaje se repite como todos los días que contaron con el mismo desenlace. Y él no deja de pensar en todos los por qué que evitaron el abrazo, el beso y la no despedida. Y ella diciéndole todo el tiempo que lo único que quiere es que la acompañe hasta la cama, que desde la única que vez que se acostaron juntos, ella nunca más volvió a dormir sola.
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