sábado, 17 de mayo de 2008

(In) Estabilidad

Ine no sabía ya que esperar de la vida. A veces se acostaba traspapelando recuerdos pardos de cielos robados, con la carne transparente de tanta vida gastada. Dormía sueños destejidos, de colores fuertes, de tiempos por venir, de calles angostas, de saltos enormes que no llegan a ningún lado.
Buscaba y buscaba en la marea de gestos divinos, perfectamente dibujados sobre los contornos a base de nubes multiformes, el impacto preciso que solamente una mirada perdida puede sostener. Perseguía, desnudaba, hipersensibilizaba. No daba a basto. Sentía caer con la lluvia, los últimos segundos de una credibilidad abandonada. El agua solía llevarse todo. Todo menos ella.

Claro, era permeable pero hasta ahí nomás.

Cuando los ojos barrían todo, había que tener cuidado. Deconstruía miradas pícaras, y las apilaba en el cenicero redondo. Cenizas mudas de guiños-engaños postergados, cenizas de olvido, de carraspera, de fiebre mal medida, de paranoia post oficina. Y después esperar que el sol itinerante le encuentre las pestañas todavía pintadas de una noche con escenas perdidas.

Perdidas como el tipo ese que se apareció un día, acariciando el descontrol, ciego de los pies a la ternura, que hablaba de más para no decir todo. Muchacho desquiciado que le servía cuentos de Blastein, canciones de Regina, despertares en celo, poemas descuidados y vino en tacitas ajadas. Hombre de porte dudoso, hacedor de castillos de hadas, de cuentos medidos en percentiles, abotonados o corrosivos.

Pero Ine todavía espera, espera despacio, con cuidado, con idas sin vueltas, duerme y espera, o no duerme. Y se desvela, y desaparece, y es una silueta más en un bosque borroneado de incertidumbres y espejos.

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