Me busca, me encuentra, me sabe, me pierde. Desdibuja los contornos de todo lo que creía encontrado, para defender la máxima expresión del esoterismo pictórico neo-adolescente. Entra entre impactante e impactada, y todos los sucesos armónicos descansan al pie de su sombra-tormenta. Avanza, descascara, vela y enternece. Sube hasta el último escalón espiralado y mira desafiante. Y aunque busque una y otra vez envolverse en todos los matices del gris menos vívido, aunque intente desenvolverse del mundo cada vez más guardada entre sus hombros, aunque esconda y reformule el nhilismo desde una nube fatalista de no-sueños desplegados sobre un mantel diminuto, aunque le pesen las ganas al punto de anclarse y cerrar los párpados en un intento de simbiosis frente al ojo magnánime huracanado; crece en forma desmedida a riesgo de estallar y acabar con todo, pero se detiene tenue bordeando la coyuntura entre los versos huérfanos y una piedad lumínica (su sombra devuelve el calor de los árboles sin rostro que alguna vez poblaron la tierra).
Imposible volver a ver con otros colores el cielo cuando ella se convierte en el significante que regula la presencia o ausencia de los fantasmas eternos de las historias pasadas.
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