Muchas mujeres durmieron en mi cama. Algunas solamente me conocieron a oscuras. Otras no pararon de compartir mañanas enteras.
En una época, ella lavaba los platos de la cena anterior, mientras yo acomodaba el desastre cotidiano. Apilaba apuntes, montañas de fotocopias, discos varios, y escondía algunos recuerdos insistentes debajo de la cama. Ella juntaba los puchos y abría la ventana para que se vaya el humo, o preparaba café para obligarme a estudiar. Y yo la dejaba y hacía que leía, mientras la miraba de arriba a abajo saboreándole las piernas, acompañado por su perfume tibio impregnando la almohada.
A veces desayunábamos antes de vestirnos. Desnudos con café con leche, o con mate y bizcochos. Y no nos teníamos que decir nada. Era mirarse y sonreir, mirarla y que se sonroje e intente meter toda su vida en una taza caliente.
Mucho antes dormíamos en un colchón sobre la alfombra llena de polvo. No teníamos nada, y no necesitábamos nada más. Pero ella tenía alergia, así que un día tuve que tirar la alfombra por la ventana, para que no se le irriten los ojos, porque parecía que lloraba y nunca nada me hizo tan mal como verla triste.
Un día se levantó llorando y se fue para siempre. La culpa siempre la tuve yo.
Después las polleras morochas desfilaban por el cuarto. Se hacían arte entre los repiques de las gotas que pegaban en el vidrio. El arte hacía historia, y ella hacía historia del arte. Soñábamos juntos entre Rembrandt y Dalí (siempre con las luces apagadas), hacíamos el amor para ganarle al invierno, inventábamos excusas y mentiras por teléfono, y nos mirábamos hasta quedarnos dormidos. Siempre teníamos hambre y pocas ganas de hacer nada, y supo conocerme tanto, que me asusté y la perdí.
Hoy nadie lava los platos, ni junta las colillas. La cama está deshecha y el piso sucio, el aire está viciado y no encuentro sus botas. La música se hizo parte del silencio habitual. Los colores se fueron.
Me conformaría con la vuelta del marrón y el verde, los necesito bastante. Mucho más de lo que querría.
(Me pregunto si ella vendrá a invadirme la vida con la misma fuerza irresponsable con la que golpeo sus dudas intentando arrancar respuestas. Me asusta mucho hablarte tanto, sin llegar a decir nada.)
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