Hubo épocas en la que
vomité
más
que escribir.
Sacudí lamentos y tragedias.
Pinté cruces sobre los fetiches
y fetiches
sobre salmos.
Todo era un reguero.
Y nadie,
nadie,
podía entender cuál era
su miga de pan.
Retorcer hasta ligar rasgaduras crónicas, el conjunto de almas necesarias para diversificar todo. Retrotraer índices de luces pasadas hasta agotar el cuerpo.
Ante los ruidos: un manto de lluvias, un cielo que se quiebra, la ambigüedad de los colores.
Para lo días de tormenta: los pasos al revés, los saltos eléctricos en el parpadear, la búsqueda del fuego.
Para los inviernos que congelan: borronear las caras, tramar los mapas en la superficie del café, abrir la delicias de uno mismo.
Silenciar.
Apagar cada una de las voces con los dedos mojados.
Suspender.