Hubo épocas en la que
vomité
más
que escribir.
Sacudí lamentos y tragedias.
Pinté cruces sobre los fetiches
y fetiches
sobre salmos.
Todo era un reguero.
Y nadie,
nadie,
podía entender cuál era
su miga de pan.
Retorcer hasta ligar rasgaduras crónicas, el conjunto de almas necesarias para diversificar todo. Retrotraer índices de luces pasadas hasta agotar el cuerpo.