Tengo todavía un giro en un viaje frenético, un abismo siendo carne y tus piernas la sombra de la luna.
El viento empuja violentamente las ventanas.
Vos siendo el azul más eléctrico de los encuentros.
La tormenta es el corolario de la lluvia en tu vestido desatado, con los ojos incendiarios a tono con la piel: ojos que expresan, que violentan, que subvierten. Afuera una multiplicidad de ríos mínimos desprenden las piedras que sostienen al mundo. Las calles desbordan en gritos agónicos que dibujan fantasmas de la niñez en las esquinas perdidas. En las casas todo es silencio.
De pronto tus manos trazan en el aire el símbolo sagrado de la quietud, y ya no hay marea donde ondule tu cintura ni crines que coronen los espasmos en tus pasos. Tus labios inconclusos quedarán sellados.
domingo, 20 de noviembre de 2011
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