jueves, 8 de octubre de 2009
Todas las hojas subiéndose a la cama
Todas las hojas subiéndose a la cama, lentas. En intervalos estáticos que anulan la continuidad. Son, si se quiere, pequeños saltos. Ni siquiera momentos. Descuidos del funcionamiento óptico (cada vez que los nudos se hicieron ocaso, cada vez más opaco), perpetuado por sucesiones de filtros atenuantes, momentos singulares de órdenes distintos. La insistencia de un otoño trepador, de varias muertes y la inavasión del sonido (los días apretados crujen, los silencios son partículas sin sentido), los colores secos se hacen manto, las vidas pasadas, la historia del por-venir. Porque al romperse la nervadura tenemos polvo; y lejos de ensuciar los espacios perdidos y las propiedades privadas, se crean (creamos, creemos, crearon) capas muy finas, planos irregulares, bordes tenues. La rigidez y la distancia pautada para mañana ser lluvia, concreción de las plegarias y los ritos que reclaman la llegada del verde, del calor y los frutos, de las brisas y las sombras.
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